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miércoles, 24 de agosto de 2011

Nicaragua sin más...bueno sí...

Hola de nuevo y de nuevo siento el retraso que tanto indigna  a los que nos seguís por medio de este blog. La verdad es que si no lo actualizo más a menudo es porque estoy muy vaguete y no encuentro el momento entre chapuzón y clase de submarinismo para escribir los relatos. También os rogaría que si hacéis un comentario lo dejéis plasmado en el blog ya que para nosotros es muy importante saber que estáis ahí. Bueno empiezo.
Nos habíamos quedado en Costa Rica y sus chubascos moderados a fuertes. Partimos bien temprano para llegar lo antes posible a Nicaragua. Desconocíamos el transporte en ese país y temíamos hacer noche en un lugar no deseado. Por suerte, las distancias por aquí no son muy grandes y después de esquivar a los típicos oportunistas que te encuentras en la frontera buscándose la vida (bueno en realidad me costó un dólar librarme de un pesado) tomamos un autobús hacia Rivas. 


Esta ciudad es la puerta de entrada de la isla de Ometepe. Un ferri nos trasladó a través del lago Nicaragua a nuestro siguiente destino. Ometepe es una isla flanqueada por dos volcanes, el Concepción y el Maderas que han ayudado a su formación. Desembarcamos en Moyogalpa e inmediatamente nos dirigimos a Altagracia en el lado opuesto. Nos describieron este lugar como de lo más bello de la isla, pero como siempre que te recomiendan algo los mismos lugareños (y más si son oriundos del sitio que te recomiendan) nos llevamos una decepción. Allí no había nada. 
Los lugares para dormir eran excesivamente caros para nuestro presupuesto. Por suerte, mientras recorríamos la calle principal, nos asaltó una simpática señora que nos proporcionó acomodo a un precio razonable. Al día siguiente decidimos dar una vuelta por la isla y nuestra siguiente etapa dependería de si el lugar por el que pasaríamos se ajustaría a nuestras expectativas. Nos bajamos del bus en  Santo Domingo, pero tampoco encontrábamos el lugar adecuado para quedarnos. 
Unos gringos nos hablaron de la finca Magdalena, que al parecer era un remanso de paz en la falda del volcán Madera. Nos comentaron que no quedaba lejos, que andando se podía llegar perfectamente. Después de 5 km agotadores con las mochilas en la chepa, descubrimos que aún nos quedaba 1 km más de subida hasta nuestro destino. Exhaustos, decidimos quedarnos tanto si nos gustaba como si no. Suerte tuvimos que nos convenció el hecho de que además de estar cerca de un sendero donde podríamos ascender al volcán, también podríamos encontrar petroglifos en los alrededores. 
La finca Magdalena es como nos habían informado un reducto de paz para descansar y a la vez machacarte con caminatas tanto en ascenso como en descenso. Se trata de una plantación cafetera que funciona como cooperativa. Las personas que la atienden son educadas y de muy buen trato y las instalaciones no tienen nada que envidiar a cualquier hotel de 5 estrellas. Allí lo tienes todo, lo que va muy bien cuando se te ha olvidado comprar tabaco, con lo que te ahorras los 2 km de bajada y subida hasta la pulpería más próxima. Lo que no había sido habitual a lo largo de nuestro viaje se convirtió en una autentica sorpresa.
Resulta que nos reunimos en un mismo lugar una docena de españoles que venían desde diferentes puntos de centro América y España. Una guitarra  y buena cerveza bastó para que pasáramos una velada muy divertida. Ese mismo día habíamos visto los famosos petroglifos, que son marcas y dibujos grabados en la piedra. Una muy buena experiencia. Al día siguiente decidimos aventurarnos y subir al volcán. Una agotadora caminata de cerca de tres horas, ascendiendo por caminos impracticables y embarrados que no facilitaban esta labor. Lo que más temíamos se hizo realidad. Al llegar a la cumbre, una densa cobertura de nubes imposibilitó ver las fantásticas imágenes que ofrece esta atalaya. 
Un poco decepcionados emprendimos el descenso. Si subir fue penoso, bajar resultó mucho más difícil ya que te ibas resbalando a cada paso y mis huesos fueron a parar dos veces al mojado sendero. Valió la pena aunque fuese sólo por el ejercicio. Decidimos pues acercarnos un poco más al ferri que nos devolvería a Rivas para llegar luego al siguiente lugar, Granada. Como suele ocurrir en estos lugares las estaciones de autobús suelen resultar de lo más caótico. Voceros locos anuncian a viva voz el destino que tiene reservado cada autobús, además no pillan el sarcasmo ya que después de que un tipo de esos me estuviera gritando al oído a escasos centímetros el destino del autobús cuando le pregunte si iba a Granada me lo volvió a repetir como si fuese la primera vez. La bomba. 
Bueno, nos embarcamos hacia lo que se denomina la ciudad graciosa, pero no porque sus habitantes sean unos chistosos, si no porque al parecer ha sabido salir con más o menos suerte de diferentes contratiempos. Entre ellos el filibustero William Walker (echadle un vistazo a su biografía en la wiki que os vais a reír del pringao ese) que viendo perdida su causa la redujo a cenizas. 










Granada es bonita, para que vamos a engañarnos. Su casco antiguo parece sacado de una postal del siglo XVII. Sus casas pintadas de vivos colores te recuerdan mucho a las ciudades coloniales que encuentras por todo este continente. La calle principal te conduce al lago donde puedes acceder a dar una vuelta por las islitas que colindan con la ciudad. Desgraciadamente muchas de estas casas se han visto afectadas por la especulación. La falta de control por parte del gobierno ha hecho que en esta misma calle se combinen las casas coloniales con otros estilos arquitectónicos que no le pegan nada. Fuimos afortunados al llegar justo en el fin de semana donde celebran sus fiestas mayores. 
Las calles bullían de actividad y las gentes venidas de todos los lugares de Nicaragua disfrutaban de estas actividades. Conciertos, danzas, exposiciones y un simulacro de sanfermines nos acompañaron durante la estancia. Allá volvimos a encontrarnos con nuestros amigos Diego (alias el “Andrew” el del metro cuadrado de pilsen), Esteban (alias “Stephan” el de los pasajes a Rancagua) y Iary (alias “el tano”, alias “el artesano” el come niñas) .Nos contaron sus aventuras en la misma isla de dónde veníamos y pasamos un buen rato. Mientras nosotros nos dirigíamos a Honduras, ellos habían decidido hacer una pausa en León, pero por suerte nos volveríamos a encontrar en Utila ya en territorio hondureño.
Partimos después de cuatro días que nos habían ayudado a reposar nuestros cansados huesos. Una sucesión de buses y diferentes estaciones nos conduciría a la frontera hondureña, pero eso ya es otra historia. Lo que más me sorprende de los nicaragüenses es fu falta de orgullo, ellos junto a los vietnamitas han sido los únicos (de momento y a la espera de lo que pase en Afganistán e Irak) que han podido derrotar a los todopoderosos gringos a costa de las vidas de una generación entera de jóvenes que se dejo el alma luchando en los montes con el gobierno de Reagan que se escudaba en la “contra” y para derrocar un régimen democrático elegido en las urnas. Los mercenarios costarricenses, hondureños, salvadoreños y guatemaltecos junto a las tropas irregulares de Estados Unidos casi lograron acabar con el país en una cruenta guerra civil que duró más de 10 años. 
Pero pese a todo en su moneda se puede leer como lema “En Dios confiamos” que no es ni más ni menos la traducción literal del lema que acuña toda moneda estadounidense “In God we trust”. Hay mucho lugares turísticos por supuesto en los que si no hablas inglés no tienes nada que hacer. Sin ir más lejos tanto en Ometepe como en Granada casi todos los menús de los restaurantes estaban escritos únicamente en el idioma de Shakespeare. Es por eso que me sorprende que después de todo lo ocurrido se hayan vendido al omnipresente dólar. Si, entiendo que se tengan que buscar la vida, pero sólo hay que visitar los cementerios para ver la cantidad de chicos de entre 17 y 23 años que perecieron en la contienda. 
Me contaba el vigilante del Fuerte de la Pólvora (un viejo polvorín construido por los españoles en el siglo XVIII, al que nos dejaron acceder pese a estar cerrado y que era cárcel para presos políticos en la época de Somoza) que a él no le quedó más remedio que echarse al monte para no ser reclutado por uno u otro bando. 

Bueno, esta crónica la estoy escribiendo desde Utila en el Caribe hondureño donde estoy adquiriendo experiencia en buceo y aunque parezca mentira esto estresa un poquito. Así que la próxima ocasión que escriba os daré referencias sobre nuestra estancia en Honduras que aunque prolongada no nos ha dado tiempo a ver todo lo que queríamos. Un saludo enorme de estos dos mochileros viajeros que siguen recorriendo cada vez mas cansados.


Un beso para vosotras y un abrazo para vosotros de parte de Fer y Miguel.

lunes, 1 de agosto de 2011

CARIBE COLOMBINO Y BREVE PASO POR PANAMA Y COSTA RICA


Hooola de nuevo y como siempre, lo primero que hago es disculparme por la tardanza en escribir nuevas entradas. Este relato o estoy escribiendo desde Tamarindo en la costa pacífica de Costa Rica, pero desgraciadamente el mal tiempo nos ha estado acompañando desde que entramos en Centro América y mañana mismo Fernanda y un servidor saldremos echando virutas a Nicaragua donde esperamos que todo sea un poco más barato. Se nos ha unido Esteban, el compañero que desertó a la francesa para ir a ver a su selección jugar en la copa América y que por motivos que no vienen al caso nos volverá a abandonar a mediados de septiembre para volver a encontrarnos a en la segunda quincena de octubre de nuevo en Colombia. Bueno, vamos al lío...

Una vez superado el humillante paso de Venezuela a Colombia nos dirigimos como posesos a buscar el sol del Caribe colombiano.   
 Santa Marta nos recibió de noche después de muchas horas de bus. Aterrizamos en un hostel del terror con unas habitaciones que metían miedo y palpamos lo barato que podía representar pasar una temporada en la zona. Santa Marta se caracteriza por dos hechos; Fue la primera ciudad fundada en el continente sudamericano y testimonió el último aliento de Simón Bolívar sin ver cumplido su sueño de  convertir el norte del continente en un solo país cuyo fantástico nombre sería Gran Colombia. Aparte de eso, nada más. Sus playas son feas y sus aguas sucias. Sus habitantes contribuyen a este hecho arrojando todo tipo de desperdicios a lo que un día fueron unas aguas cristalinas. Hartos de este ambiente y deseosos de encontrar un lugar donde reposar nuestros cansados huesos nos dirigimos a Taganga. 

Este pequeño pueblo de pescadores enclavado al inicio del parque nacional Tayrona nos gustó desde el principio, sus calles de tierra se conjugaban con un ambiente cálido y acogedor. Su playa principal no tiene nada del otro mundo, pero encontremos un pequeño reducto de pescadores donde el agua te ofrecía una prístina visión del fondo marino. Nuestras comidas eran frugales al igual que nuestro sueño ya que justo al lado del hostel donde nos alojamos había un gallo que tenía el sueño cambiado y comenzaba a cantar a las dos de la mañana. Si a eso le sumamos que teníamos una iglesia evangelista puerta con puerta que realizaba exorcismos a chicas que habían aceptado al demonio como guía y que la única intención de los vecinos era demostrar que tenían los altavoces más potentes haciendo competencia territorial entre ellos, os podéis imaginar que no fue fácil encontrar un ratito para dormir a gusto.

 Para visitar el  parque Tayrona (donde estaban las mejores playas) tenías que transponerte al culo y encima pagando entrada al parque que gestionan sociedades europeas. Visto lo visto, nos marchamos a Cartagena donde nos esperaban playas y buen rollo. Dados los precios de la capital indiana, nos metimos en otro hostel que daba pena. Durante los dos días de estancia en la ciudad nos dimos cuenta que no se diferenciaba mucho de cualquier ciudad castellana que te podrías encontrar en nuestro país. Además el precio de los alimentos no favorecía a nuestra economía.


Tampoco había playas espectaculares y si querías visitar alguna, te hacían pagar entrada. Visto lo visto, de nuevo a Taganga. Esta vez elegimos para nuestro reposo una pensión cerca de la playa que aunque era un poco cara (20 euros) era mucho más confortable de lo que habíamos visto hasta ese momento. En total pasamos en Colombia 20 días. Luego tocaba marchar hasta Panamá. Dado que no hay vías terrestres que comuniquen ambos países, las opciones eran pocas. La primera consistía en pegarte un  tute de tres días para que te cruzaran en una lancha rápida, para una vez allí coger una avioneta que te dejaba en la capital y todo eso por unos módicos 170 €. La segunda opción era más cómoda, pero más cara. Consistía en esperar a un velero que te llevaba en un tour de 5 días navegando por el Caribe. La tontería te costaba 350 €. Escogimos la tercera opción que era la más rápida y no perjudicaba tanto nuestros caninos bolsillos. Compramos unos billetes desde Cartagena hasta Ciudad de Panamá. 


50 minutos de trayecto y nos plantaríamos en otro país. Para ahorrar una noche, decidimos apalancarnos en el aeropuerto y esperar el vuelo. Diego, que había estado apareciendo y desapareciendo de nuestras vidas cual  Guadiana chileno, apareció tempranito para descubrir que pasar a Panamá no sería tarea fácil. Las autoridades aeroportuarias nos informaron que para entrar en el país vecino, tenías que tener un documento que diese fe de que no nos quedaríamos en su territorio. Para eso teníamos que conseguir un ticket de autobús que justificara esa salida. Evidentemente la única compañía de buses que hacía esto no tenía la página web habilitada. Con el triste pensamiento de tener que quedarnos en Colombia o en su defecto tener que comprar un ticket de avión que no íbamos a utilizar, optamos por usar nuestros encantos para conseguir que la supervisora del turno nos hiciera un ticket falso y así pasar sin problemas. Gracias enormes a Inés de Copa Airlines por la ayuda prestada. En territorio panameño, nuestra intención era dirigirnos a la zona franca donde nos habíamos prometido comprar tecnología a un precio aceptable. Pero nuestro gozo en un pozo, ya que la zona franca no se encontraba en Ciudad de Panamá si no en Colón, a 45 km.

 El trayecto era de dos horas y nos comentaron que los mismos productos los podríamos encontrar en el Mall de la estación central de buses conocida como Allbrock. Estábamos buscando libros digitales, pero al parecer la población panameña no es muy dada a leer y por lo tanto no había demanda de estos artículos. También nos llamó la atención la cara que ponían los dependientes cuando les preguntábamos por los e-readers o e-books dándonos a entender que no tenían ni puta idea de lo que les estábamos hablando. Frustrados, aprovechamos la coyuntura para pillar los billetes del bus que nos trasladaría a Bocas del Toro. Un amiguete nos desaconsejó visitar el archipiélago de San Blas ya que estaba lloviendo mucho y las previsiones meteorológicas no nos favorecían.
Después de un viaje del horror con el aire acondicionado a full (donde tenías más la sensación de viajar dentro de un congelador que otra cosa) durante todo el trayecto y acompañados por esos infatigables viajeros descendientes de la tribu de David y que hacen gala de su nacionalidad gritando como posesos en una conversación con la persona que tienen al lado para dar fe de que son israelitas, llegamos a Bocas del Toro.

 Para llegar a la isla de Bastimentos, primero teníamos que pasar por la isla de Colón donde se concentraban la mayor parte de los mochileros. En Bastimentos descubrimos que sus habitantes hablan un raro dialecto mezcla de español, inglés e isleño que entiendes sólo a medias. El lugar era muy tranquilo y sus gentes agradables. Nos informaron sobre una playa al otro lado de la isla donde para llegar tenías que recorrer un sendero que atravesaba la selva. El trayecto nos descubrió la cara oculta de la isla y vimos la naturaleza salvaje en toda su exuberancia. Lo malo es que el agua estaba bastante agitada y la resaca no te dejaba bracear más de dos metro sumado a esto, el tamaño de las olas impedía un baño tranquilo. Al día siguiente nos encaminamos a la frontera con Costa Rica en Guabito, una de las más conflictivas de centro América. Los trámites fueron fáciles para salir, pero nos volvieron  exigir un documento que justificara nuestro próximo destino, para eso, volvimos a tirar del documento que nos habíamos conseguido en Colombia. Fue suficiente. 250 km era la distancia que separaba la frontera con la capital costarricense. Nos sorprendió bastante tardar 6 horas en recorrer esta distancia, me pasó algo parecido en Nepal. Al parecer el hecho de que casi todo el país sea parque natural protegido por la UNESCO hace que no se creen infraestructuras viarias de calidad. No nos vamos a engañar Costa Rica es el país con la renta per cápita más alta de centro América y eso tiene un precio. El precio se paga por el alojamiento y la comida ya que el transporte no es muy caro.
 
 La capital, San José no tiene grandes atractivos y es sólo un lugar de paso para los que visitan el resto del país. Aprovechamos la tregua que nos dio la lluvia para pasear por el centro y darnos cuenta de que los precios de la mayoría de los artículos expuestos en los escaparates estaban al mismo valor que en Europa. La lluvia de nuevo arruinó nuestro paseo. Al día siguiente partimos para Tamarindo o como se conoce coloquialmente “Tama gringo”. Este es el destino preferido para los surfers de todo el mundo en especial los norteamericanos. Tal es el grado de integración local que en el hostel donde nos alojamos los recepcionistas no hablan español. Esto no se nos hace un drama ya que por suerte somos multilingües, pero, nos pareció un poco raro. Sigue lloviendo intermitentemente, lo que no nos permite disfrutar de sus playas ya que no concebimos el mar sin sol. Quizás sea un error, pero es lo que hay. Colombia nos ha encantado, es un muy buen lugar donde pasar una temporada y el carácter de su gente ayuda mucho. En Panamá no hemos visto todo lo que hubiésemos querido ya que si has de visitar algún lugar lo preferible es que el tiempo acompañe y este no ha sido el caso.
 Costa Rica muestra su exuberancia y a su lema “Pura Vida” le podríamos añadir ¿pero, a qué precio?. Sinceramente, por lo que estamos pagando aquí por una habitación compartida podríamos estar en cualquier lugar de la zona en una privada con todas las comodidades que nuestros cansados cuerpos nos demandan cada vez más a menudo. Y llevamos 9 meses de viaje y eso nos pesa. En breve partiremos para Nicaragua donde pensamos estar unos diez días en función de cómo nos encontremos y así continuar nuestro viaje. Ya os explicaremos nuestras sensaciones en una próxima entrada. Gracias por estar ahí y seguirnos fielmente. Un saludo para vosotros y un besito para vosotras.

Fernanda y Miguel