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jueves, 7 de julio de 2011

Venezuela funciona………..casi a medias.

PRIMERA PARTE.-


Hola de nuevo familia, amigos, amigas, simpatizantes, perro flautas, gato tambores y demás gente de buen o mal vivir que sigue este foro. Después de haber llegado a la trágica conclusión de que Brasil es un ejercicio enorme de marketing comercial y que sacando varios lugares en concreto (que se pueden contar con los dedos de una mano) lo demás es “una mierda pinchá en un palo”  y más después de sufrir durante 18 largas horas una travesía que en cualquier lugar civilizado no habría durado más de 7.
Me refiero al trayecto entre Manaos y la frontera con Venezuela pasando por Boa Vista, por una carretera que parecía haber sufrido el bombardeo de la aviación de la ONU. Con autenticas zanjas y cráteres que daban miedo sortear y alcanzando la increíble velocidad media de 20 km/h. Pero creo que ya he perdido demasiado tiempo en hablar del país en el cual tenía intención de instalarme. Y es por eso que comienzo mi relato en la frontera venezolana en concreto en Santa Elena de Uriaen. Los trámites siempre son farragosos y más cuando circulas en un automóvil como es nuestro caso. Después de unirnos a Esteban, Diego (Chile) y Iary (Italia), entramos en el país con pasmosa facilidad. Acordamos con los aduaneros que volveríamos al día siguiente para realizar el correspondiente papeleo. La sorpresa fue que en la frontera te exigen un seguro para poder circular por el país independientemente del seguro internacional que tiene el vehículo. Esto representó cerca de 100 USD más que no teníamos pensado gastar. Santa Elena es un pueblo fronterizo sin ningún interés particular. Dedicamos el día a buscar un lugar donde cambiaran nuestros dólares a un precio superior al cambio oficial. Este está a unos 4 bolívares por dólar y en el mercado negro lo puedes conseguir hasta por 8.5. Después de llenar el depósito con gasolina creímos que nos estaban tomando el pelo ya que 45 litros nos salieron por unos 40 céntimos de euro. Si amigos, no me estoy columpiando, el precio de la gasolina aquí es irrisorio.

De ahí que no te extrañe ver camionetas 4.5 litros que gastan 1 litro cada 4 kilómetros. La confianza hizo que no se repusiera el depósito en su momento no  nos quedara más remedio que recurrir al mercado negro. Lo peor no fue tener que pagar la gasolina un 400% por encima de su valor, si no el mal rato que pasamos en una pintoresca población de la sabana venezolana llamada El Dorado. Este singular pueblo está formado por una amalgama de gentes de diferentes nacionalidades cuyo vínculo común es la búsqueda de oro y piedras preciosas. De ahí que el lugar tenga más semejanza al lejano Oeste que al cercano Este. Un pueblo que denominaríamos de “birras y putas”. La Guardia Nacional Bolivariana, nos desaconsejó en varias ocasiones que tomáramos la carretera que llegaba hasta allá. Nosotros ante la desesperación de ver como el depósito de gasolina se había quedado vacío optamos por la opción menos sensata y nos plantamos en medio de la plaza mayor (la única que hay) a ver qué es lo que se podía hacer.
 De inmediato nos convertimos en el centro de atención y los lugareños comenzaron a vernos como una rara avis fuera de lugar. Algo exótico y novedoso ya que lo más parecido a un “gringo” que habían visto por aquellos lares salía en la tele. Habíamos probado en varias ocasiones comprar la gasolina que necesitábamos, pero el precio era tan abusivo que optamos por negarnos sólo por vergüenza torera. En esto que apareció una patrulla de la Policía Estatal que nos volvió a aconsejar que nos esfumáramos de allí de inmediato ya que no podían responder por nuestra integridad física. Cuando les expusimos el problema, accedieron a conseguirnos la gasolina a un precio más asequible. Nos contaron que en el pueblo hay un tiroteo casi cada día y que dada la idiosincrasia de la gente que se dedica al negocio áureo la vida no tiene valor alguno en ese lugar de manera que las autoridades lo han dado por perdido y han decidido quitarlo del mapa por lo menos en lo que se refiere a la administración. Después de esa grata experiencia dormimos en un pueblo llamado El Callao. Allí nos recuperamos del susto y comenzamos a degustar la gastronomía local. Arepas y empanadas son el alimento básico de la gente por aquí. Acompañan estos ágapes con un néctar imbebible llamado “Malta” que no es otra cosa que una cerveza sin alcohol y con sabor que a mí me pareció altamente agrio. En principio desconocíamos que estas frugales comidas se iban a convertir en casi el único ágape que nos haría mover el bigote durante nuestra estancia en el país. Los chicos habían decidido marchar a Isla Margarita ante la promesa de playas de aguas celestes y arenas blancas. Para eso debíamos aterrizar primero en Puerto La Cruz para poder tomar el ferri a la isla. Esa noche la pasamos en un apartamento que alquilamos y cuyos habitantes habituales eran las hordas de cucarachas que acudieron en tropel a dar la bienvenida a los recién llegados. Después de gastar varios botes de insecticida y causar un holocausto que pasaría a la historia de nuestra amiga la “blatella germanica”,  nos acomodamos para salir al día siguiente hacia Margarita.
El cómodo y casi lujoso ferri tardó 4 heladas horas (aquí no tienen proporción con el aire acondicionado y lo ponen a full siempre que pueden) en desplazarnos y nos dirigimos a Juan Griego que según todas las informaciones que habíamos recibido era el lugar más seguro. Juan Griego es un pueblo de pescadores enclavado en el norte y el costado de sotavento de la isla. Descubrimos que las playas paradisíacas que muestran los catálogos de viajes no se parecían nada a las que visitamos. Además el mal tiempo se cebó con la isla y fueron pocas las oportunidades que tuvimos de ver el sol. Es por eso que al cuarto día decidimos hacer las mochilas y desplazarnos a un lugar que según unos amigos argentinos que conocimos en la posada era lo más parecido al paraíso que habían visto. 
Llegar hasta Choroní, fue un ejercicio de paciencia y habilidades sociales. Después de esperar durante tres horas el autobús que cubriría el trayecto Puerto La Cruz- Maracay, recibimos la nefasta noticia de que la unidad no tenía aire acondicionado y si a eso añadimos que las cucarachas habían tomado la costumbre de viajar gratis en los mismos autobuses, se forma un coctel que puede hundir a cualquiera.
Pero no a nosotros. Haciendo de tripas corazón nos encaminamos dirección Norte y tardamos 7 horas en llegar a Maracay. Allí tras una espera de 3 horas más enfilamos la ruta que nos levaría a Choroní. Al parecer la tarea del conductor del vetusto autobús, además de conducir es no dejar descansar a los infelices clientes que transporta y provocarles un ataque cardíaco.
Esto lo consigue poniendo la música a todo volumen con canciones (que sólo le gustan a él y que estaban de moda 10 años atrás) y lanzándose a cuchillo de forma suicida por una carretera que casi siempre bordea un profundo precipicio en el cual puedes ver los esqueletos mudos de otros autobuses cuyo conductor tenía menos aprecio por la vida que el nuestro y que no tuvieron tanta suerte como nosotros. En dos ocasiones salí despedido de mi asiento y fui a parar al otro lado del bus en una maniobra que se podría calificar de “temeraria” por parte de este Lewis Hamilton de pacotilla. Una vez a salvo y después de haber besado el suelo de la estación de autobuses al estilo Karol Wojtyla, nos dirigimos a la posada en la cual pasaríamos 4 días. Choroni no tiene nada a destacar. La Playa Grande lo único que tiene de grande es su oleaje que te revuelca cual compresa desechable cada vez que intentas tomar un baño en sus limpias aguas. Allí nos reunimos con Diego y Iary (Esteban se había marchado a Mendoza a ver a su selección en la Copa América) y decidimos visitar otras playas aunque para esto hubiéramos que pagar el desplazamiento en una lancha motora. Optamos por Chuao, que según contaban los locales tenía una piscina natural. Cuando preguntas cual de las tres playas cercanas es la más atractiva para el baño, nadie coincide. Todos te dicen que la suya es la mejor (como no). Cuando llegamos a esta descubrimos que las lluvias la habían convertido en un lodazal y que el famoso “Encontro das aguas” que se da cuando coinciden el Amazonas y el Rio Negro se reproducía en pleno Caribe venezolano. 
Cepe fue la segunda opción. Después de desembarcar al estilo “Salvad al soldado Ryan”, nos dimos cuenta de que no sólo el mar estaba tan bravo que impedía el baño si no que para acceder al agua tenías que pasar por una orilla plagada de cantos rodados que destrozarían los pies de un Yanomami. O sea otra frustración. Luego a partir del viernes llegaron al pueblo hordas de visitantes locales en busca del sol y del mar que la capital no le da. Esto convirtió la playa en un área de “macarrónicos reguetoneros” hasta las trancas de cerveza y con ganas de fiesta. Pocas fueron las muchachas de buen ver que pasearon su palmito por la zona. Casi todas eran jovencitas entradas en carnes con diminutos biquinis que desaparecían entre sus michelines. La noche se convirtió en una discoteca ambulante donde los “macarrónicos reguetoneros” hacían gala de sus equipos de música instalados en sus vetustos carros de fuego y las mozas movían sus culazos y coreaban las canciones a viva (y desagradable) voz al ritmo del hortera de “Daddy Yankee” Después del descanso nos encaminamos nuevamente por la tortuosa ruta hacia Maracay donde comenzaría otro periplo de 30 horas hasta llegar a Santa Marta ya en territorio colombiano.


Uff!, este es un momento óptimo para descansar de tanta aventura...tómense su tiempo.


SEGUNDA PARTE.-



El primer trayecto nos condujo hasta Maracaibo y de verdad no entiendo la letra de la canción de La Unión donde Rafa Sánchez se desgañitaba con esa voz meliflua y aterciopelada que decía literalmente en su estribillo; -“Uhhhh, si un día he de morir que sea aquí donde yo nací, que sea aquí en Maracaibo”-. Pues sinceramente, este sería el último lugar donde me gustaría morir. En la estación de buses nos llevamos un susto tremendo al comprobar que la riñonera Diego había desaparecido. En ella a demás de un poco de dinero y las tarjetas, llevaba una cosa imprescindible para poder dejar el país, el pasaporte. Por suerte la pudimos recuperar aliviada de su paupérrima carga de dinero, pero con las tarjetas y la documentación intacta. El trayecto hasta la frontera colombiana nos tenía que llevar unas tres horas, pero como siempre surgen problemas que hicieron que se convirtieran en siete. A pocos quilómetros de Macaio, último punto de Venezuela conocido como “La Raya”  (no sé si por las connotaciones cocainómanas del país de destino), se nos incorporó un individuo que se identificó como “El Pagador”. Su labor era tan simple como recoger dinero de los asustados usuarios del mini bus y pagar las “coimas” o sobornos que les pedían los miembros de la Guardia Nacional Bolivariana cuyo lema es “El Honor es nuestra Divisa” muy parecido a la del benemérito cuerpo. Pero nada que ver. Además tenía que “coimar” también a los policías estatales que salpicaban cada pocos metros la vía que nos llevaba por tierra de nadie hacia nuestro destino. Evidentemente,  yo sentía vergüenza ajena por el total desprecio de la profesión que ejercían estos individuos uniformados y desde un principio los cuatro nos negamos a pagar ni un bolívar. Nos decían que si no pagábamos nos registrarían el equipaje y que perderíamos mucho tiempo. Nosotros alegábamos que nos importaba un “güebo” ya que ninguno tenía fecha de regreso y que por lo tanto podían revisar el equipaje las veces que fuera necesario. Naturalmente esto nos creó cierta animadversión con los locales que se dedicaron a mandar puyas hirientes ante nuestra actitud despectiva. Finalmente llegamos a la civilización (o sea a la parte colombiana) y continuamos nuestra marcha hacia el siguiente destino. Hablando con la gente y tanteando siempre el terreno donde se pisa pude sacar algunas conclusiones. Si digo que Venezuela funciona casi a medias es porque, en un principio creía que me encontraría con un estado totalitario donde la policía y el ejército llevaban la voz cantante. Sólo en ambas fronteras hemos notado presión militar y controles estrictos. La gente sobrevive como puede, pero las ayudas sociales hacen que casi no veas pobres o enfermos mendigando en la calle. La sensación de seguridad es muy buena. Nunca hemos temido por nuestra integridad si no ha sido a manos de los mismos que nos tenían que defender. Hay trabajo para el que quiere trabajar. La mayor parte de los negocios pertenecen a extranjeros y no les va mal. El venezolano (según ellos mismos, ojo) es flojo y vago, sólo trabaja cuando le aprietan y no ocurre siempre.
Es por eso que son los extranjeros en su mayoría los que llevan buenos carros y se gastan sus bolívares en fiestas ante la pasividad de los locales. Luego lo que sorprende es la falta absoluta de compromiso por parte del gobierno con sus ciudadanos. Venezuela está manteniendo a Cuba, Bolivia, Ecuador y Perú a costa de vender su petróleo a terceros para continuar  lo que el icónico presidente denomina su proyecto de una Sudamérica bolivariana. Un sueño en el que se vio envuelto el libertador de América y fundador de Bolivia Simón bolívar y que nunca pudo ver terminado. Por el contrario los cortes de luz son tan frecuentes que las gentes les parece raro tener electricidad por más de 2 días seguidos. La figura de Chávez se ve como algo lejano pese a ser omnipresente en todos los carteles que se pueden ver en los lugares que hemos visitado. Venezuela funciona casi a medias, porque este gobierno populista que se niega a claudicar con el capitalismo que existe de una manera sumergida de tal modo que en las zonas fronterizas no hay gasolina porque se dedican a contrabandear con ella en los países vecinos. La electricidad se corta pese a tener la segunda mayor central hidroeléctrica del continente y no funciona por dejadez ya que los equipos se están pudriendo por falta de mantenimiento. Las carreteras no se reparan porque se abolieron los peajes que controlaban empresas extranjeras y nadie se encarga de su manutención. Porque se expropian empresas que funcionan y pasan a manos de funcionarios bolivarianos, inútiles y corruptos que hunden esa empresa. Porque mal que me pese Homer  Simpson tenía razón cuando decía que; “muchas cosas funcionan en teoría y hasta en teoría hasta comunismo funciona”, pero lamentablemente  modelo funciona a medias y la realidad es muy diferente. La opinión general es que esto acabará en un momento a otro y tienen la esperanza de que cuando acabe el país no esté tan deteriorado que no se pueda recuperar. Mi opinión personal no es mala del todo, sólo me ha indignado la naturalidad con la que la policía en general acepta los sobornos que a la gente no le queda más remedio que pagar. Por el contrario se puede decir que la pobreza extrema al igual que el analfabetismo ha sido casi erradicados y que el estado se encarga de cobijar a los desprotegidos y de potenciar los estudios a todos los niveles. Puedes encontrar un hospital medio en condiciones en poblaciones realmente pequeñas por lo que entiendo que la salud llega a todos. El paro no existe ya que si no tienes trabajo el estado te pone a trabajar si o si. También hay que contar que veníamos de un país que me había defraudado enormemente y que todo lo que se compara con ese país es mucho mejor. Bueno, lamento haberme enrollado tanto pero han sido 14 días muy intensos. La próxima crónica la escribiré antes de marchar a Panamá para continuar viaje hacia el Norte y recorrer centro América.
Un saludo enorme de parte de Fer y mío y continuad siguiendo nuestras aventuras en este blog que se está convirtiendo cada día más en un medio de comunicación natural.
Abrazos para vosotros, besitos para vosotras.

Fer y Miguel.