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jueves, 5 de mayo de 2011

A POCAS HORAS DE PARTIR...

Saludos seguidores de este blog, que no pretende ser otra cosa que un vehículo de transmisión de nuestras experiencias a lo largo de un viaje que nos está llevando por estas tierras hacia un destino desconocido.

A pocas horas de abandonar lo que ha sido nuestro hogar durante 4 meses, me gustaría hacer una pequeña reflexión de lo que ha representado nuestra estancia por aquí. En primer lugar he confirmado lo que dicen sobre que más vale caer en gracia que ser gracioso y también que todo lo bueno viene de fuera (aunque no estoy seguro que este sea mi caso). Cuando aterrizamos en Puerto Iguazú nuestras expectativas se limitaban a estar por aquí un corto espacio de tiempo para coger experiencia en el campo del turismo y aplicar nuestros conocimientos en un futuro negocio propio. En principio no me gustaba demasiado la perspectiva de tener que atender a los turistas como recepcionista (ya que ese era el destino que me tenían encomendado dada la falta de personal cualificado que hay por estos lares) atendiendo a personas y a israelitas. Esto último puede parecer un comentario racista, pero no lo es. El que ha viajado mucho sabe lo que es tener a estos elementos como compañeros de viaje. A mi parecer, son  los peores viajeros que existen ya que rompen las reglas cuando a ellos les interesa y deciden motu proprio que el establecimiento se debe adaptar a ellos y no al revés. 
En fin pilarin, como he comentado varias veces, Frank me confió la tarea de controlar la calidad del producto que estaban ofreciendo así como de tratar de ser un puente que aligerara la mala relación que había entre la administración y los empleados. Confiando en la técnica palo- zanahoria comenzamos por dar al empleado de base las herramientas necesarias para hacer su trabajo más fácil. Se les dio todo lo que demandaban a nivel de material, creyendo que así responderían a las demandas de gerencia que se limitaban a reglas básicas de seguridad e higiene así como el cumplimiento de un código interno de trabajo tan laxo que a los sindicalistas europeos les daría un ataque de risa al ver la flojera patronal. Este código incluía entre otras cosas la farragosa obligación de presentarse en el puesto de trabajo a la hora convenida y no una hora tarde como aquí era costumbre, ponerse guantes y cofia cuando se estaba preparando la comida, el uso de elementos de limpieza proporcionados por la empresa, avisar cuando no se va a acudir al trabajo, etc. Todo muy fácil creía. Se decidió tomar esta iniciativa al comprobar el estado anárquico que primaba en alguno de los establecimientos. Se intentó también eliminar los elementos subversivos que dominaban la cúpula de la organización y que se movían por sus propios intereses importándole poco los intereses de sus compañeros. Estoy hablando de la gente que se dedicaba a robar a manos llenas, llevarse material o alimentos para su disfrute. Estas personas destacaban a la hora de crear mal rollo entre los demás trabajadores, creando bulos y mentiras que luego se ha  comprobado que eran falsas. Todo fue bien hasta el momento que se presentó el reglamento interno de trabajo. A partir de ese momento, esos elementos se dedicaron exclusivamente a sabotear todas las propuestas que se iban presentando para mejorar la calidad de trabajo llegando incluso a denunciarme por tomar unas fotos. Claro que la denuncia no llegó a ningún sitio ya que no hay una ley que te prohíba fotografiar la vía pública. Mi condición de “alegal” me condicionó para actuar de diferentes maneras. Aún así, un sindicato corrupto que se mueve al son de un candidato no menos corrupto (estoy hablando del alcaldable Lugo) y que aprovecha cualquier ocasión para presentarse con su vehículo promocionando su candidatura en cualquier quilombo, consiguió que a la tipa que había robado a un compañero y que luego le dio la ropa a su chaval (es el caso que expliqué en el anterior relato) consiguiera una indemnización sabrosa a la vez que irse a su casa sin necesidad de pasar por el juzgado. Así están las cosas, roba y no te preocupes que iremos al lugar del cual te han despedido para quemar gomas (que en eso los sindicalistas argentinos estamos bien entrenados) y saldrás indemne. Bueno. Con su pan se lo coman. Seguramente si mi situación hubiese sido diferente, otro gallo hubiera cantado. En ningún momento me he puesto de parte de la patronal, mis principios me lo impiden, sólo he intentado que se haga justicia y que se cumplan las reglas del juego, pero está claro que aquí no es posible. El hecho de embrutecer a las masas funciona aquí mejor que en ningún sitio que conozca.
Más o menos lo que pasaba en la edad media. Un índice de analfabetización enorme consigue que una legión de desprotegidos te cubra las espaldas y te de su voto en las elecciones. Gente que en otros lugares vivirían en la indigencia aquí viven el sueño argentino. Eso es lo que consiguen los gobiernos populistas como el que aquí domina. “En cuanto termine de quemar gomas, recojo mi subsidio y me voy a mi chabola de madera y hojalata a ver mi televisión de pantalla plana que he comprado a 24 plazos mientras mis niños juegan al lado de una charca que probablemente esté plagada de mosquitos que trasmitan el dengue que los puede matar, pero no pasa nada, tendré otro churumbel ya que el gobierno me paga a partir del tercer mes de gestación otro subsidio. Luego me marcharé al mitin del candidato, que me manda un autobús y me da un bocadillo y una coca cola para que le vote. Así es mi vida hasta que me muera….que feliz soy”. Lo dicho, pura basura.
Pero no todo ha sido negativo. Aquí he tenido la oportunidad de conocer gente fantástica y también ha habido momentos de disfrute y alegría. He tenido la oportunidad  de ver como la gente honrada se gana las habichuelas sin corromperse, con un código ético muy particular, pero sano. He conocido a Frank el belga que me dio trabajo y al que no le gusta que le den consejos. A Andrés el bar man que al principio me cayó como el culo y que terminó siendo uno de mis mejores colegas. A Ñeco, un policía municipal, taxista en sus ratos libres que me dio a conocer la idiosincrasia misionera. A los Miranda, padre e hijo, taxistas de profesión y confidentes por afición, que se parten la cara por un amigo cuando y donde sea. A Arturo, que si no fuera por él, no hubiésemos pisado estas tierras otra vez!. Y tantos otros que no menciono porque me faltarían páginas. De la mala gente, me voy a abstener de mencionar nombres que también son muchos y no tengo ganas de perder el tiempo. 
También he conocido lugares estupendos, Wanda, San Ignacio,
Ciudad del Este, Foç do Iguazú  
donde he visitado las cataratas del Iguazú en sus dos vertientes, las minas donde se extraen las piedras semipreciosas que adornan los cuerpos de hombres y mujeres de todo el mundo, misiones jesuitas, parques naturales, monumentos y ciudades caóticas que se mueven al ritmo que marca el dólar. Como experiencia no ha estado mal, pero creo que no repetiría, me he demostrado a mi mismo que soy 


capaz de hacer cosas diferentes después de estar estancado más de diez años en un solo trabajo (que hecho un pelín de menos, pero, sólo un pelín).
Fer también ha demostrado una capacidad enorme de adaptación a un medio que ya le era conocido, pero que había olvidado, estando primero encargada de la animación de un establecimiento con casi 300 personas y que sólo una lesión consiguió apartarla del sitio. Y luego como recepcionista mostrando sus habilidades administrativas y sociales. Ahora solo me apetece estar con ella tumbado en una playa y tomando el sol, por lo menos hasta que me vengan las ganas de trabajar de nuevo que sin duda aparecerán. Espero que la próxima crónica sea desde Brasil, país en el que pensamos estar un par de meses, aprovechando al máximo nuestro tiempo. Luego, bueno, luego ya veremos.
Un saludo
Fer y Miguel